In Memoriam

Jesús Garrido, maestro

Daniel Martín Castellano

Tengo que reconocer que llevo unos meses enfadado. Siento que me he salido del camino de baldosas amarillas y toda esa desazón me produce ansiedad social. Hago un esfuerzo por estar informado, palpar lo que ocurre a mi alrededor, vincularme con mi entorno. Pero necesito el doble esfuerzo para no dejarme arrollar por esta espiral de violencia verbal y emocional en la que me siento envuelto. Tengo asumido que todo está en mi cabeza, que no deja de venderme al mejor postor, pero mis mierdas impiden contemplar la tempestad a resguardo.

Incluso, mis principios vitales están resquebrajándose porque he empezado a dudar de los procesos educativos, que siempre han sido fundamentales en mi manera de interpretar la vida. La escuela, como entidad, ha sido un efectivo empleado a mis servicios, que me ha ayudado para mantener mi ego a rajatabla, o por lo menos ser consciente de ello. Ahora la escuela y sus actores, se han vuelto egocéntricos y han dejado de sentir vergüenza por ello, y más que beneficiarme, me perjudica.

Pero el recuerdo que me trajo la noticia de la muerte de Jesús Garrido Landívar me sacó del sopor en el que estaba nadando desde hacía semanas. Evocarlo me colocó delante del espejo, porque su expresión tibia y su mirada serena, fruto de la experiencia y de la constancia, su manera de andar sin prisas, su determinación en lo que creía e incluso su manera de vestir, me tranquilizó.

Lo visualicé en clase, sentado y con el maletín a un lado, andando sin llamar la atención, alejado de la efervescencia universitaria; hablaba con fluidez, pero sin alzar la voz, sin prisas, sin querer demostrar casi nada, quizás porque no era necesario, pues no había nada que demostrar. Él solo tenía que ser. Y lo era.

Hay una frase que un día pronunció en clase. Y creo que lo hizo en más de una ocasión. Me ha acompañado desde entonces y he intentado aplicarla siempre a mi vida. Decía algo así como que «lo que es bueno para un alumno con necesidades educativas especiales, es doblemente bueno para un alumno que no tenga esas necesidades». Ese empeño constante en incluir, en proponer para todos, con independencia del punto de partida, sabiendo que todos tenemos la capacidad de llegar, de procurar ser la mejor versión de uno mismo, debería de ser un leitmotiv en el argumentario diario.

Leí uno de sus libros de nuevo. Publicado por la editorial CEPE, Programación de Actividades para la Educación Especial, lo hice de un tirón. Fue mi sencillo homenaje a alguien que enseñó sin quererlo.

Espero que cuando las nuevas docentes recorran los pasillos de la facultad y se topen con el rótulo de «Aula-Taller Jesús Garrido Landívar», y pregunten quién era, alguien les cuente «el profesor es una isla que sueña que el alumnado de educación especial se convierten en faros para todas nosotras».

Y de nuevo tengo que darle las gracias al profesor en silencio, porque su recuerdo me trajo la calma por un instante, antes de volver al bullicio del que Garrido supo huir.